Luego del terrible accidente en el cual descarriló el tren (ver CHAPUMAN III), nadie volvió a saber nada más sobre nuestro héroe. Todos esperaban que tarde o temprano volvería a las andadas, pero el tiempo pasaba y CHAPUMAN no aparecía. Al final, se formó una comisión cuya misión sería designar a alguien con características similares a las de CHAPUMAN para que lo encuentre. Pero como no había nadie con semejantes cualidades, me ofrecí voluntariamente para buscarlo.
Decidí hablar primero con los amigos de CHAPUMAN. El primero que aparecía en mi lista era NARIGMAN. Me dirigí a la empresa donde trabaja actualmente como barrendero y charlé un rato con él. Me relató la historia de como fue que se subieron al tren, y me dijo que seguramente SUPER MATAR BROS. debía saber más, ya que él estuvo más tiempo con CHAPUMAN en el techo del tren y lo vio alejarse. Desafortunadamente, NARIGMAN no sabía donde vivía SUPER MATAR. De todos modos, le agradecí por la información y me marché del lugar. Ni bien salí me di cuenta de que enfrente había un local de videojuegos. Crucé la calle y entré. Tal y como lo sospechaba, CAT-MAN estaba jugando al metegol. Me acerqué y traté de hablarle. Luego de varios minutos de intentar que me preste atención, logré averiguar que SUPERVACA sabía donde vive. Me dijo también que SUPERVACA vive en el campo, y mientras me explicaba exactamente donde, le metieron un gol. Entonces se calentó y no me dio mas bolilla. Salí y me colgué de un colectivo que estaba lleno, y me dejó (o mejor dicho, me caí) cerca de la ruta. Desde allí hice dedo y llegué hasta una estancia. Le pregunté a un paisano que pasaba por ahí donde podía ubicar a SUPERVACA. El me explicó como llegar hasta su rancho, y me puse en camino. Llegué cuando ya atardecía. SUPERVACA salió a recibirme con su natural simpatía. Luego de saludarlo, le expliqué el por que de mi visita. Entonces el me dijo que SUPER MATAR BROS. estaba trabajando como puching-ball en un gimnasio, y que con gusto me llevaría hasta allí, pero no ese día porque estaba oscureciendo.
A la mañana siguiente, me despertó un gallo que, en vez de cantar como todos los demás, me cagó desde un travesaño que había en el techo del granero donde dormí. Al rato, SUPERVACA le cargó nafta de un bidón a una destartalada camioneta, completamente oxidada a causa de la intemperie. Como él no cabía en la cabina, tuve que manejar yo mientras lo llevaba en la parte de atrás. Anduvimos un buen rato, y al agarrar unos baches oí como si algo cayera al piso. Frené la camioneta. Cuando bajé vi a SUPERVACA tirado en el piso, junto a los guardabarros traseros que se habían salido. Salvado este pequeño inconveniente, continuamos viaje y antes del mediodía ya estábamos en el gimnasio. Estaba todo repleto de gente, ya que había ido "locomotora" Castro a ver al famoso "puchig-ball viviente", y le encajó un zurdazo a SUPER MATAR BROS. que lo dejó estampado contra la pared. Después de esto, tratamos de hablarle, pero fue en vano. SUPER MATAR no paraba de reírse, y llegó un momento en que se estaba asfixiando porque se olvidó de respirar. Cuando se puso morado, SUPERVACA y yo salimos apurados, antes de que nos culpen a nosotros de homicidio. Ya lo daba todo por perdido, pero a SUPERVACA se le ocurrió una idea formidable: ir al lugar donde había descarrilado el tren. Inmediatamente nos dirigimos hacia allí.
El lugar estaba cercado. Habían pozos y muros alrededor. Los helicópteros sobrevolaban incansablemente la zona mientras los expertos trabajaban intentando no dispersar la radiación que aún había en el lugar. El desastre resultó ser más grande de lo esperado. Luego de horas de caminar, atravesamos un bosque y llegamos a una cabaña. Como no se nos ocurrió otra idea, llamamos a la puerta. Nos atendió una mujer con un bebé en los brazos. De inmediato nos dimos cuenta de que estábamos sobre la pista de CHAPUMAN: el niño estaba vestido de rojo y poseía unas antenitas en la cabeza. Le preguntamos a la señora si había visto a CHAPUMAN. Ella nos invitó a pasar y una vez sentados nos relató una historia: hacía mas de un año llegó allí un tipo vestido de rojo, con antenitas en la cabeza, etc., que estaba rengueando a causa de un pie terriblemente lastimado. Le dieron atención médica y a los pocos días ya estaba totalmente recuperado. Al tiempo se hizo muy amigo de su padre y de su hermano, tanto que le ofrecieron quedarse a vivir con ellos. Un día salieron de cacería, pero pasaron las horas y no volvían. Finalmente llegó CHAPUMAN, con dos cadáveres al hombro. Dijo que una bestia enorme se les había tirado encima y los mató, pero los difuntos presentaban balazos en varias partes del cuerpo. Cuando la mujer se lo hizo notar, CHAPUMAN se arrodilló ante ella y le confesó la verdad: los había confundido con ciervos y les disparó. Estaba tan entusiasmado con el asunto, que los despellejó y los destripó antes de darse cuenta de su error. La mujer lo hechó de la casa.
—¿No sabe dónde pudo haber ido? —le pregunté.
—Dijo que se iría al puerto, y de allí quizás se tomara un barco quién sabe a dónde.
Sin pensarlo dos veces, SUPERVACA y yo nos marchamos rápidamente.
El puerto apestaba con olor a pescado. Comenzamos a recorrerlo lentamente. Afortunadamente para nosotros, CHAPUMAN deja huellas: vimos como de un barco estaban bajando un bote de madera en cuyo piso había una agujero ¡con la forma de la silueta de CHAPUMAN! Le preguntamos a un marinero como llegó ese agujero ahí. El nos respondió que hacía un tiempo llegó un tipo que se metió de polizón en el barco. Cuando estaban pasando cerca de las Islas Canarias, el tipo bajó el bote al agua y se tiró. Pudieron recuperar el bote, pero a él no lo vieron más.
—¿Hacia donde se dirigen ahora?— le pregunté.
—Justamente vamos a las Islas Canarias a entregar esta carga —dijo el marinero.
Fui a hablar con el capitán del barco y lo convencí de que me deje ir. Luego fui a despedirme de SUPERVACA. Instantes después, el barco zarpó. Yo miraba por la borda como SUPERVACA agitaba su pañuelo blanco al viento. Sus ojos estaban llenos de lágrimas. Finalmente, se perdió en el horizonte, así como el puerto. Esa noche dormí profundamente. Días después llegamos a destino. Ni bien desembarcamos lo primero que hice fue preguntarle a los lugareños acerca de CHAPUMAN. Para mi sorpresa, muchos de ellos lo habían visto. Me dijeron que hacía tiempo que llegó nadando. Les preguntó donde podía comprar armas para ir de cacería, y ellos le indicaron como llegar hasta una tienda. De más está decir que yo también fui allí. Al entrar, lo primero que me llamó la atención fue el aspecto del que atendía: poseía cicatrices en los brazos, una sobre el labio del lado derecho y un parche en el ojo izquierdo. Tenía cara de pocos amigos. Me acerqué al mostrador y le pregunté si había visto a un tipo vestido de rojo, con antenitas en la cabeza... Me respondió afirmativamente, y la expresión de su cara cambió a una de temor.
—¿Sabe dónde puedo encontrar a ese tipo? —pregunté.
—No, ni quiero saberlo —respondió el hombre—. Vino aquí hace varias semanas, preguntando por algún rifle bueno para cazar aminowanas. Jamás había oído hablar de semejante bicho, pero como le vi la cara le quise vender un rifle cualquiera. Él se puso a examinarlo, y tocó el gatillo con un dedo justo cuando estaba apuntando a mi cabeza. Como consecuencia perdí el ojo izquierdo y la mitad de mi cerebro.
—¿Qué ocurrió después?
—Luego él me dijo que lo perdone, y que llamaría a una ambulancia. Entonces salió corriendo. Minutos después llegó la ambulancia, me llevaron al hospital...
—¿Dónde queda el hospital más lejano? —lo interrumpí.
—¿Para qué quiere saberlo?
—Es que conozco a ese tipo —le dije—. Estoy seguro de que se iría corriendo a la otra punta de la isla en vez de caminar una cuadra.
El tendero me indicó como llegar, y rato después estaba en el hospital.
Hablé con varias personas y enfermeros, hasta que por fin di con un par de enfermeros que dijeron haber chocado con un individuo vestido de rojo, con antenitas... mientras iban en la ambulancia. Quisieron ayudarlo, pero él se escapó. Les pregunté donde habían ocurrido los hechos, y ellos me indicaron como llegar al lugar. Una vez allí, les pregunté a unos chicos si lo habían visto, y ellos me dijeron que sí, que él había metido un pie en la zanja y se cayó de trompa al piso. Luego se fue en dirección al puerto. Pocos días después, lo vieron vestido de marinero, por lo que era evidente que había conseguido trabajo. Caminé hasta el puerto, que quedaba muy cerca de allí. Al llegar, les pregunté a varios marineros si habían visto a un tipo con antenitas, etc., etc., y finalmente conseguí averiguar quien era el capitán que lo había empleado. Cuando fui a hablar con él, me encontré con un hombre completamente desolado. Estaba sentado en la arena de la playa, mirando insistentemente el inmenso mar, como si estuviera buscando algo. Le pregunté si era él el que había empleado como marinero a CHAPUMAN. Sin siquiera mirarme, respondió que sí. Me senté a su lado e iniciamos una conversación. Al rato ya había averiguado lo que ocurrió: hacía mas de dos semanas que lo había empleado. Un día estaban en un viaje de placer. Los pasajeros estaban cenando tranquilamente. CHAPUMAN pasó cerca de una mesa y, sin querer, tiró una vela con el codo. El mantel comenzó a prenderse fuego. CHAPUMAN, queriendo apagarlo, le hechó encima una botella de whisky, pero lo único que logró fue avivarlo más. Entonces recogió el mantel, lo cargó sobre su espalda y lo llevó a cubierta. En el camino fue quemando todas las cosas que tocaba (manteles, cortinas, etc.). Una vez en la cubierta, notó que tenía toda la espalda envuelta en llamas, y quiso arrojar el mantel (que era ya una bola de fuego) al agua. Pero tuvo tanta mala suerte que cayó por un agujero de ventilación de la sala de máquinas. El depósito de combustible voló, y con el todo el barco. Lo peor de todo es (según el capitán) que CHAPUMAN logró escapar en un bote salvavidas, en dirección a España. Sin dudarlo, abordé el primer barco que iba hacia allá.
Ni bien llegué a España, comencé a preguntarle a todo el mundo si había visto a CHAPUMAN. Nadie había oído hablar de él. Ahora sí que estaba perdido: nunca podría encontrar a CHAPUMAN. Comencé a caminar lentamente por la playa. Pero, al pasar cerca de una casita cercana a la costa, vi en el piso algo increíble: parecía ¡una de las antenitas de vinil de CHAPUMAN! Levanté la vista y no podía cree lo que veían mis ojos: en el techo de la casa había un agujero ¡con la forma de la silueta de CHAPUMAN! Le pregunté a un chico que salía de allí que le había pasado al techo de la casa. Entonces el me contó que hacía unos días llegó hasta allí un tipo en un bote. Me dijo que su padre y él lo atendieron, ya que estaba hambriento por haber pasado muchos días en el mar. Para agradecerles, el forastero se ofreció a cocinarles un plato riquísimo. Estaba preparando la salsa, y al probarla pensó que le faltaba algo de condimento. Entonces agarró un puñado de pólvora que utiliza el padre del niño para ir a cazar, y la arrojó en la cacerola caliente pensando que era pimienta. Acto seguido, voló todo el horno y CHAPUMAN salió volando por el techo. Desde entonces no lo vieron más.
Días mas tarde me encontraba en el aeropuerto, en Madrid. Luego de que el avión despegó, y a medida que nos alejábamos del viejo continente, me puse a pensar cuán inútil había sido mi búsqueda. Jamás volveríamos a ver a CHAPUMAN, porque era obvio que nadie (ni siquiera él) puede sobrevivir a semejante explosión.
Atardecía. El avión se alejaba cada vez más. El sol anaranjado se reflejaba en las cristalinas aguas. Y, no muy lejos de allí, desde lo alto de una roca en una isla cualquiera, se dibujaba una silueta muy familiar que contemplaba la escena. Cruzada de brazos, con el pelo y una antena flameando al viento, la silueta no se movía. Sólo observaba el horizonte. Y, en determinado momento, pasó una gaviota sobre su cabeza y... le hechó un cago encima...
That's all, folks!
(¡Eso es todo, amigos!)